Conferencia en La Habana, Cuba; mayo de 2007

Conferencia en Tuxtepec, Oax., México; abril de 2007

Conferencia en tepic, Nay., México; abril de 2008

Conferencia dictada en Matagalpa, Nicaragua en julio de 2008

Conferencia en Santa María, Río Grande do Sul, Brasil. (abril de 2009)

Conferencia en la UES de El Salvador (octubre 2009)

miércoles, 13 de febrero de 2008

“CULTURA E IDENTIDAD NACIONAL”

Eulalio Velázquez Licea
México


El tema que vamos a abordar: “Cultura e Identidad Nacional”, refleja, el día de hoy, la tensión que vivimos los latinoamericanos, en un mundo que parece irremediablemente condenado a vivir bajo el signo de la unipolaridad hegemónica del capitalismo salvaje y de los nuevos señores de la guerra, cuyo principio filosófico esencial, producto del más grosero pragmatismo, reza: “o estas conmigo o estás en mi contra”, satanizando a todo aquel que se atreve a ser diferente o pretende salir de su férreo control.
Este capitalismo salvaje que en el terreno de las ciencias sociales se conoce con el nombre de neoliberalismo es, junto al neoconservadurismo, los herederos de la filosofía y la epistemología que se sustentan en los principios del subjetivismo e individualismo extremos, que los lleva a sostener que lo único verdadero es lo que el sujeto conoce, de ahí que deriven, como en las viejas escuelas de la Grecia clásica en el relativismo, el escepticismo y el agnosticismo como posibles alternativas que a su vez los hacen sustentar tesis nihilistas e irracionales.
Su desarrollo en el campo de las ideas, es un resultado de lo que se ha dado en llamar, dentro de la filosofía, el fenómeno del fin de la Modernidad y el advenimiento de la época Postmoderna.
Esta involución del pensamiento filosófico, ha afectado, como era de esperarse algunos planteamientos en el campo de la política, la economía y la cultura.
Además, ha tenido un rápido desenvolvimiento ya que se encuentra asociado al desarrollo de las nuevas técnicas de la información y la comunicación (TIC’s), instrumento esencial en el proceso de desarrollo del fenómeno de la Globalización de la Información; fenómeno que ha impactado las formas de producción y transformado a las viejas sociedades industriales en sociedades de la información, que junto con los otros avances de la ciencia y la tecnología avasallan la concepción tradicional del mundo, con consecuencias que van más allá del hecho de tener más y supuestamente, mejor información, sino que modifican las concepciones de la producción, el tratamiento y la distribución de la información, ya que bajo el lema de “la información es poder”, fuimos testigos de una transformación en los mecanismos de producción de la mal llamada sociedad postindustrial, en una sociedad que ahora lo que vende es la información, que a su vez “vende”, o inculca nuevas formas de concebir al mundo, amén de los productos, de calidad o no, que ofrece el mundo industrializado. De esta manera la información ha pasado a ser otro bien de consumo, sin el cual la sociedad actual supone que no podría subsistir.
La revolución científico técnica que este fenómeno ha generado, llevó a las nuevas técnicas de información y comunicación a ser un instrumento indispensable en el desarrollo de la economía virtual que respalda a los vaivenes financieros que cíclicamente azotan a nuestro mundo, pero que hacen impensable la red monopólica financiera del neoliberalismo en su ausencia.
Ante esta situación, es pertinente aclarar que información no necesariamente equivale a saber o conocimiento, es decir, que el acceso a la información no garantiza el desarrollo de alternativas viables que incidan en el progreso de la humanidad. La “sociedad del conocimiento”, entonces, es la respuesta que el mundo ha ofrecido ante la alternativa de seguir acopiando información acrítica de la realidad y establecer los parámetros que nos permitan utilizar esa información de manera significativa.
Desde la perspectiva de la política internacional, el fin de los estados del socialismo real, para 1989, transforman el débil equilibrio internacional en una hegemonía que en la práctica se venía anunciando desde el fin de la segunda guerra mundial. No debemos olvidar que en el mundo, hasta ahora, sólo hemos padecido dos verdaderas hegemonías, la primera obtenida por Inglaterra a partir de la derrota del imperio napoleónico y la segunda, la que padecemos actualmente, la de Estados Unidos.
Hablar de estos fenómenos, sin embargo, pareciera para algunas personas algo que no encierra mayor significado, sin embargo, la realidad diariamente nos enseña lo contrario. Todos estos fenómenos impactan de manera directa a esta parte del planeta que, como decimos en México: “está tan cerca de Estados Unidos y tan lejos de Dios”.
A veces me pregunto, ¿cómo es posible que siendo tan ricos en recursos naturales, seamos tan pobres? ¿Cómo explicar a una niña o niño en edad escolar que somos tan pobres a pesar de tener tantos recursos naturales? ¿Cómo explicar a nuestros hijos, a nuestros nietos que a pesar de tener tanto petróleo, por ejemplo México, Ecuador, Venezuela, somos países que se distinguen por su pobreza, por sus altos índices de analfabetismo, bajos índices de escolaridad, por contar con un equipamiento urbano mínimo, en fin, el ser pobres, pero pobres de solemnidad?
Gracias a la doctrina del neoliberalismo y sus instrumentos político-financieros como son el “Consenso de Washington”, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, etc., que recomiendan cobijados en la bandera de un falso concepto de democracia, la necesaria disminución de las funciones del Estado, con el consecuente fin del Estado benefactor, la venta de todos los recursos y empresas que son realmente negocio al capital transnacional, privilegiar la inversión extranjera como la panacea para todos los males y evidentemente, con el resultado inmediato del empobrecimiento irremediable de nuestros países, que en una justa competencia podrían tener y deben tener una mejor calidad de vida.
En este panorama nada halagador, los países de América Latina han sucumbido a tres coordenadas históricas inéditas hasta hace poco tiempo, afectándonos de manera sustantiva al igual que al resto de los países pobres del mundo:
La consolidación del neoliberalismo como doctrina política, económica y social hegemónica.
El fin del socialismo real.
El desarrollo de las TIC’s y la consecuente globalización de la información.
Como resultado de estos fenómenos sociales, se esboza una humanidad en la que conceptos tales como Estado-Nación, Territorio Nacional e Identidad Nacional son conceptos que estorban a los intereses de los grandes capitales.
En el neoliberalismo ¿qué función le queda al Estado?
Solo algunas funciones ya no reguladoras sino de simple vigilancia. De ahí la reducción paulatina del presupuesto social, que afecta fundamentalmente a educación y salud.
El territorio nacional, es vendido masivamente a grandes corporaciones internacionales pasando a ser “private property”, con los consecuentes avisos de “no traspassing”. Fenómeno común en las mejores playas y lugares de recreo de mi país, cuando por mandato constitucional deberían ser propiedad nacional.
Los tratados bilaterales y multilaterales, TLC, ALCA, que son el gancho del neoliberalismo para ilusionar a las personas por una mejor calidad de vida, no son más que “patentes de corso” para inundar a nuestros países con productos de mala calidad, provocando el desmantelamiento de la planta productiva nacional y el consecuente desempleo masivo, que en México se traduce en una ola gigantesca de migración al “american dream”, transformando el campo mexicano en pueblos muertos al estilo de Comala en la novela de Juan Rulfo, “El llano en llamas”, en pueblos fantasma.
Los medios masivos de comunicación, mayoritariamente propiedad de grandes corporaciones que cuentan entre sus socios al capital transnacional, diariamente y a toda hora envían mensajes subliminales a la población, cuyo significado fundamental es: “las cosas como están, están bien, nada puede hacerse para cambiarlas, por tanto, disfrutemos de las migajas que nos han tocado”.
Bien, pues hemos hecho una “breve” introducción al problema, pero no podía ser de otra manera, si lo que queremos es abrir un espacio de reflexión donde se analicen estos fenómenos a la luz de nuestra perspectiva, asumiendo el papel que a los intelectuales latinoamericanos nos toca desempeñar en un mundo que aparentemente no ofrece más camino que la sumisión en todos los campos de nuestra actividad vital.
Asumamos entonces una posición, que sea el producto de una crítica constructiva que nos ayude a comprender esta situación y a encontrar nuevamente el camino que parece negado en el momento en que el paradigma de la emancipación se considera una carga de la modernidad.
Nuestros países, desgraciadamente siguen viviendo condiciones de polarización social; la elite minoritaria, con gran poder económico y político, formada generalmente en las grandes universidades de Europa y los Estados Unidos, asume una cultura de sumisión conceptual y un “berkelianismo” extremo que los hace negar, olímpicamente, la existencia de la realidad objetiva, es decir, independiente de cada uno de los sujetos cognoscentes.
En el extremo contrario, la mayoría de la población, que en mi país no alcanza una media escolar de cinco grados y cuyos ingresos malamente alcanzan para vivir, un pueblo que no tiene oportunidad real de acceder a mejores condiciones de vida, a quien no parece importarle en lo más mínimo lo que sucede en el mundo, porque es un pueblo que vive en los límites de la sobrevivencia, y por lo tanto no se interesa ni por la política, ni por la cultura sino únicamente por saber cómo obtener un poco de plata para comer al día de siguiente.
Estos dos polos, que presentan visiones de la realidad tan alejadas entre sí, según la doctrina neoliberal son los únicos posibles y ese es el mensaje que nos venden diariamente.
Sin embargo, ¿es posible que existan otras vías? ¿Cuál es la adecuada para nuestros pueblos?
Trataré de esbozar una alternativa ante esta situación, con la venia de todos ustedes.
Es una afirmación ya muy gastada la que sostiene que los ideales de la modernidad, la racionalidad que postulaba el espíritu de progreso tanto científico como social, la creencia en las utopías emancipatorias, etc., se han vuelto obsoletos.
El discurso en boga consiste en afirmar que estos ideales han pasado a la historia, y que aún la historia misma ya es parte de la historia. Aquí, cabría preguntarse en la posibilidad de diferentes tipos de modernidad. Es decir, ¿la modernidad ha tenido sólo una variante?
Si bien es cierto que hablar de modernidad es hacer referencia a una época determinada de la historia, que ubica sus inicios en los siglos XVII y XVIII y brega en el tiempo hasta finales del siglo XX, y por lo tanto, en ese transcurrir temporal necesariamente toda la Humanidad, vencedores y vencidos, ricos y pobres, letrados e iletrados tuvieron que vivirla/padecerla; también es cierto que en ese transcurrir se encuentran diferentes formas de asumir esa modernidad, con diferentes manifestaciones políticas, económicas y culturales que sobre todo en lo que es América Latina se presentan de manera más evidente.
En el análisis y búsqueda de una interpretación de América Latina en la modernidad, existen al menos cuatro posibles alternativas de racionalidad moderna:
Aquella que sólo acepta la forma de producción capitalista, al asumir que no hay contradicciones en el proceso de desarrollo del capitalismo. Que llamaremos realista.
Aquel “que no borra la contradicción”, pero la presupone como algo inmodificable el proceso que nos ha llevado a la situación actual. Es el clásico.
El que pide resignación ante los hechos consumados, el romántico y finalmente.
El que no acepta la modernidad capitalista, sino que asume una visión diferente a los otros ethos históricos o racionalidades. El ethos barroco, que consiste en la “recuperación del pluralismo y el bien común” donde se genere el “predominio de la vida sobre la muerte, del eros frente a la máquina, de los valores humanos frente a la técnica, en fin, de la posibilidad de construir una educación para un futuro en el que prevalezca la libertad, la justicia y el bien común”[1]
De este modo queda vigente al menos para nosotros los latinoamericanos, el paradigma emancipatorio que encuentra muchos puntos de contacto con la utopía socialista, otra forma de concebir la modernidad, no capitalista.
Precisamente, el “Ethos Barroco” que define esta época es similar al que definió en su momento el paso por el desencanto del Humanismo como expresión de una época, frente al brutal enfrentamiento de la cultura europea occidental, en particular, de la en esa época atrasada España, con las florecientes culturas americanas. De la auténtica América y de aquella España que además trajo, junto con la brutalidad y la violencia, las ideas de Francisco de Vitoria, Luis Vives, Bartolomé de las Casas y Vasco de Quiroga, quienes depositaron en América a través de sus obras, las ideas del Humanismo Renacentista y con ellos la semilla de los Derechos Humanos. En ese sentido, está muy equivocado el señor Aznar, mísero lacayo del imperio norteamericano, quien pretende sostener, lesa ignorancia, que fue Inglaterra la que trajo a América (evidentemente la que nos es ajena) los principios de los Derechos Humanos.
El desencanto producido por la imposición de la ley del más fuerte a las demandas de paz, en contra de la destrucción y la violencia, que pueblos enteros reclaman como un derecho inalienable, hace que esa época sea muy similar, como ya he mencionado, a la que hoy nos ha tocado vivir.
Pues bien, esa modernidad, producto del desencanto de la época, postula una interpretación unívoca, dentro de los cánones de la ciencia occidental y de su filosofía, de su cultura y de su ideología política.
De esa concepción unívoca se desprenden las diferentes variantes de la modernidad, entre otros, los autoritarismos y el socialismo real, prácticamente desaparecidos, quedando en la lisa del debate internacional la visión eurocéntrica de la modernidad capitalista y la concepción multicultural que se ofrece en la realidad de América Latina. Porque si hablamos de modernidad no podemos olvidar que en América la modernidad se desenvolvió de manera diferente a como lo hizo el viejo mundo.
La postmodernidad, fenómeno que es ajeno a América Latina, asume una interpretación cuya concepción es equívoca, muy cercana al relativismo y proclive a las concepciones del idealismo subjetivo. Es por ello que los pueblos subdesarrollados son considerados como pueblos “desechables”, lo único valioso son los recursos naturales, no los humanos. Con la postmodernidad, la exaltación del individuo, en su “mónada” leibniziana llega al extremo de negar la realidad objetiva.
Y si se acepta, no se hace de muy buena gana. Para ilustrar lo anterior, permítaseme mencionar un incidente que recién ocurrió en la primera semana de febrero. En una columna periodística, por cierto muy leída en los Estados Unidos, apareció la carta de un lector donde solicitaba el consejo del columnista sobre un asunto en particular: le preguntaba hasta que punto sería interesante aprender el español. La respuesta del columnista fue fulminante y lapidaria, para él, la lengua española era una lengua de gente inferior. No se hizo esperar la respuesta de gran parte del público, que rechazó justificadamente esta expresión de las más retrógradas concepciones del ser humano. Ese es un ejemplo real de la cultura que nos ofrece el neoliberalismo en la postmodernidad.
Ahora bien, frente a esta posición tan polarizada, ¿Cuál debe ser la posición del latinoamericano?
Si la modernidad postula una única respuesta posible, que asume un carácter de universalidad (unívoco) y el postmodernismo (neoliberalismo) asume una posición de relativismo absoluto, nihilismo e irracionalismo, la postura del “todo vale, sálvese quien pueda”, entonces a partir de nuestra realidad latinoamericana lo que debemos hacer es postular el equilibrio entre lo particular y lo global, general, entre nuestra cultura que encuentra su mediación en el mestizaje y reconoce las particularidades de la cultura, tanto de la indígena como de la europea. Es decir, defender nuestra identidad, cultural y nacional.
La modernidad optó por la integración, es decir, la dependencia de las culturas autóctonas a la cultura vencedora. La postmodernidad opta por la ignorancia de las otras culturas, subjetivismo extremo o nihilismo. Es necesario entonces, postular una nueva vía, pero no la tercera vía de Giddens que asume los mismos principios del neoliberalismo pero disfrazados con mensajes de la socialdemocracia reformista europea; sino de la sociedad multicultural, que supone el reconocimiento de un género humano universal y de una existencia de rasgos culturales diversos que integran, en su conjunto, el acervo cultural de la Humanidad, el cual no es propiedad de ninguna región del planeta.[2]
Pero eso no es algo que se logra de manera gratuita, puesto que, como bien lo dice José Ramón Fabelo: “La universalización de la historia no es acto, ha sido un largo y complejo proceso aún no concluido, con muchas etapas de signos diferentes”[3] En ese sentido, la globalización supone asumir los postulados que refieren a los aprendizajes básicos del ser humano, que según Gustavo Torroella son tres: Aprender a conocerse a sí mismo, aprender a convivir y aprender a vivir.
En realidad, el panorama que hoy día presenta el mundo “multicultural”, es un panorama sumamente complejo. Aquí, quizás podría ser útil aplicar el principio del “desarrollo desigual y combinado” de las sociedades.
La complejidad del proceso de modernización y el paso a la modernidad es mayor cuando nos referimos a países con fuerte presencia de población indígena (Perú, Bolivia, México, Ecuador, Guatemala), que donde se presentaron “transplantes migratorios” (Chile, Argentina, Uruguay). Lo cual significa que no hay una regla única, como nos pretende demostrar el neoliberalismo, para el paso de la modernidad a otras etapas históricas. Este proceso, en realidad, opera de acuerdo con la naturaleza histórica de cada país, por ejemplo, en algunos países se identifica con la modernización económica y en otros con la modernización política.
Creo necesario a este nivel de la charla aclarar que el término “modernización” refiere a los procesos de desarrollo científico y económico y sólo tangencialmente a los procesos políticos que vienen operando en los últimos años y que actualmente han provocado la inequidad y dependencia en la que vivimos en esta parte del mundo.
Eso no significa que rechacemos los procesos de modernización, ni que la modernización por sí misma sea negativa para el desarrollo de nuestros pueblos, porque adoptar una posición así implicaría el rechazo a la posibilidad de superar la situación en la que hoy nos encontramos. Más bien, quiere decir que esa modernización no ha sido democrática al no alcanzar a todos los niveles de la población. Veamos por qué.
Un muy destacado pensador peruano, José Carlos Mariátegui, al hablar sobre los procesos de integración nacional, dice en “Siete Ensayos de Interpretación a la Realidad Peruana”, que la modernidad y los consecuentes procesos de modernización no se dieron en Perú ni en América Latina, porque, “no se dio históricamente la liquidación de la feudalidad. (a causa de que) Esta liquidación debía haber sido realizada ya por el régimen democrático-burgués formalmente establecido por la revolución de Independencia” [4]
Al oponerse a este proceso, los sectores oligárquicos y más conservadores de las nuevas naciones latinoamericanas e impedir a los movimientos populares tomar carta de ciudadanía en países que por sus características son multiculturales y pluriétnicos, la modernidad en América Latina se transformó en un proyecto frustrado, frustrado al menos desde la perspectiva de la democracia burguesa, porque si una nación cuenta entre sus componentes demográficos a un elevado número de pobladores que viven marginalmente tanto económica, como política y culturalmente, entonces estamos hablando de ausencia de un proyecto de integración nacional.
Recordemos aquí lo que dijo el Dr. José María Luis Mora, ilustre ideólogo del ala liberal progresista mexicana en la primera mitad del siglo XIX:
“El elemento más necesario para la prosperidad de un pueblo es el buen uso y ejercicio de la razón, que no se logra sino con la educación de las masas, sin las cuales no puede haber gobierno popular. Si la educación es monopolio de ciertas clases y de un número más o menos reducido de familias, no hay que esperar ni pensar en un sistema representativo, menos republicano, y todavía menos popular”[5]
Desgraciadamente, la conquista de América por los españoles, portugueses y posteriormente por los ingleses, colocó a las culturas indígenas en una situación desigual; situación que prevaleció en México como algo normal hasta que el 1º de enero de 1994, nos despertamos con la noticia de que en Chiapas las comunidades indígenas se habían levantado con el grito de ¡Ya basta!, exigiendo en primer término el que los “otros” reconocieran cuando menos su existencia. A partir de ese momento hemos caído en la cuenta de que durante más de quinientos años a los indígenas cuando mucho se les consideraba parte de un decorado folklórico, que de sólo pensarlo hace que se nos caiga la cara de vergüenza. México es y ha sido siempre varios Méxicos, el único problema que existía es que no lo queríamos ver así. Se perpetraba lo que en derechos humanos se conoce como el “no reconocimiento del otro”; mal del que hemos padecido desde que somos países independientes.
Así, no es posible seguir adoptando posturas paternalistas, ni de rechazo a los indígenas ni a ninguna otra persona que por alguna razón sea diferente aparentemente a los demás. El respeto a las diferencias individuales, a las raíces culturales de los pueblos y regiones, pero también el impulso a la mejoría en la calidad de vida de todas las personas, haciendo del ser humano una sola especie, que conviva en el respeto y la aceptación, pensándonos iguales en la forma y en el contenido, es que podemos hablar de una verdadera globalización.
La identidad nacional es un concepto que en América Latina ya no es únicamente indígena o europeo o africano, es una síntesis que constantemente se va modificando y que debe rescatar lo más valioso de las tradiciones culturales que en su momento fueron antagónicas, pero que hoy no tienen una razón válida, porque tampoco antes la tuvieron, para suponerse superiores a las demás. El ser humano es uno, con sus características específicas, pero uno al fin, de no ser así, la planetarización no es posible, quedaría como una utopía más.
Es imposible suponer la existencia de seres humanos marginados y marginales si asumimos este nuevo paradigma, que tiene una fuerte raigambre en una concepción del humanismo real, que no únicamente predica la tolerancia y el respeto, sino que busca sustentar el desarrollo en el pleno acceso de toda la población, de la humanidad entera a mejores condiciones de vida que sientan las bases para que eso sea posible en un mundo como el actual tan lleno de injusticia e intolerancia.
El respeto y la igualdad de oportunidades bajo igualdad de condiciones, es entonces la premisa inicial de esta revolución intelectual, que permite concebir una nación un tanto diferente a la que se concibió al calor de las luchas por la Independencia, que tuvieron siempre un referente eurocéntrico.
La aceptación de la convivencia a la luz de la diversidad es otra premisa básica que nos llevará a concebir de una manera incluyente el concepto de nación. De una nación multicultural que bajo el prisma de lo latinoamericano conforme efectivamente las bases de una nación tolerante con sus habitantes, no importa la apariencia que estos tengan, ni la lengua que hablen.
El concepto de nación debe así ser refundado con base en estos principios. Y con el nuestra concepción de la cultura, una concepción rica y multicultural, barroca en su esencia y como se dice en México del estilo arquitectónico barroco, churrigueresco, porque comparte múltiples componentes que nos hacen ser latinoamericanos y no otra cosa. Evitemos los fundamentalismos y elaboremos juntos un proyecto de vida social que permita el avance real de todos nosotros, fundamentalmente en nuestra calidad de vida.
La universalidad del pensamiento, radica precisamente en responder a su particularidad, premisa válida en el arte y en toda expresión de la cultura humana.
Reafirmemos entonces nuestra identidad cultural y nuestra identidad nacional, a partir de lo múltiple y diverso, de la riqueza que esta parte del mundo donde nos ha tocado la fortuna de vivir, ofrece a todos nosotros, pensemos esta realidad, interpretémosla desde nuestra especificidad y busquemos las vías para transformarla en algo digno de vivirse. Ese es el mensaje que supone la Tesis XI sobre Feuerbach donde Marx afirma que la función de la filosofía no es únicamente interpretar la realidad, sino además de transformarla.
Terminemos entonces esta charla con un pensamiento que proviene de la vieja Europa, de Humberto Eco, citado en el magnífico libro de Mauricio Beuchot y Samuel Arriarán, Virtudes, Valores y Educación Moral, donde los autores dicen: “Como ha dicho recientemente Humberto Eco, la Europa del tercer milenio será mestiza. ..y ¡tan multicultural y barroca como México y América Latina! En todo el mundo los racistas y los neoliberales habrán pasado a la historia como una raza extinguida de dinosaurios.”[6]

[1] Arriarán, Samuel, Multiculturalismo y Globalización. P. 32-33.
[2] Velázquez Licea, Eulalio. La Preperación Profesional Del Maestro De Educación Primaria Para La Formación De Valores En El Proceso Docente Educativo. P. 45-46.
[3] Fabelo Corzo, José Ramón. Los Valores Y Sus Desafíos Actuales. P. 93
[4] Citado en: Arriarán Cuellar, Samuel. Multiculturalismo Y Globalización. La Cuestión Indígena. P. 23
[5] Citado en: Velázquez Licea, Eulalio. La Formación De Valores: Una Necesidad En La Educación Básica. P.41.
[6] Beuchot, Mauricio y Samuel Arriarán. Virtudes, Valores Y Educación Moral. Contra El Paradigma Neoliberal. P.113-.

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